Por Sonia Solar San Juan
Creo que hoy en día estamos cruzando la fina línea que separa la autorrealización de la autoexplotación. Y además estamos sometiendo a la segunda a los niños y niñas que nos rodean. Varias extraescolares: música, inglés y practicar algún deporte. Hacer y más hacer, producir y más producir y, mucho me temo, que estamos pasando por alto eso de sentir.
Seguimos el ritmo que la sociedad marca sin parar a escuchar lo que nuestro interior demanda. Nos encontramos inmersos en un mar en el que hay que tener cientos de objetivos y, además, debemos cumplirlos. En principio nadie nos obliga a ello, quizá solo la importancia de la opinión social o nuestro propio ego. Y las agendas se llenan de cosas por hacer y nuestra mente de “responsabilidades” a las que atender. Nos venden que debemos aprovechar nuestro tiempo, darle sentido a la vida, ser mejores cada día. Más capaces y productivos, y lo de ser felices queda en el olvido.
Yo lo compré, lo firmé y hasta lo practiqué. Y un día descubrí que había pasado de autorrealizarme a autoexplotarme. Que, por aquello de querer aprovechar mi vida, me sumergí en dinámicas que me oprimían. Entonces paras a contemplar y ves que en el medio la virtud está. Que es bueno pulirse, óptimo desarrollar las capacidades innatas o las que en algunos momentos la sociedad demanda.
Está bien saber hacia dónde uno va, pero también es sano perderse y volverse a encontrar. Caminar por la vida, sin rumbo, sin más. Dejarse llevar a veces por la apetencia y no por la necesidad. Dejar que pasen los días, no hacer otra cosa que contemplar. Transitar despacio, pararse a ver el mar. Dedicarse a uno mismo, cerrar la agenda porque no hay nada que anotar. Bajar el ritmo, desacelerar, dejar que la vida te lleve a donde tú quieras estar.
Solo a veces, solo a días, soltar amarres, volar sin prisas. Vivir viajando… de camino a ningún lado.