Por Sonia Solar San Juan
Cuando era pequeña el 1 de noviembre significaba recordar. Hacer un pequeño homenaje a
aquellos que ya no están. Subir al cementerio y adornar sus tumbas con flores, una forma de gritar al mundo que siguen presentes en nuestros corazones. Ahora llega noviembre y se
cambian las flores por disfraces y otras tradiciones se convierten en prioritarias en nuestros
pueblos o ciudades. Veo que lo nuestro se va desvaneciendo y que es lo ajeno lo que toma el relevo. Y es que, ya se sabe, lo del otro es más valorado y la fiesta es mejor que la inmersión en lo que sentimos o anhelamos.
Como cada año en las escuelas se invierten los últimos días de octubre en celebrar algo que
no nos pertenece y de lo que nos hemos adueñado, olvidando sin embargo lo propio. Me
entristece la pérdida de una oportunidad maravillosa para hablar de la muerte. Para hacerlo sin miedo y desde el amor y la alegría de recordar a algunos seres queridos a los que ya les tocó marchar. Quitarnos los disfraces de seres que asustan y desnudarnos ante la pérdida de
los que ya no están.
Llevo un mes fantaseando con una idea, con la de ver las cosas cambiar. La de celebrar lo
nuestro, en lo que hay que “desnudarse” en vez de comprarse un disfraz. Imagino los coles los
últimos días de octubre. Nada de monstruos, nada de miedo. Propongo cambiar las imágenes
que ahora decoran los centros por las de los nuestros.
Nuestros abuelos, nuestros amigos, nuestras mascotas, aquellos que nos tocaron el alma y cuya presencia ya solo puede ser imaginada. Fotos con mensajes para ellos, por si pudieran leerlos. Fotos que nos recuerden que estuvieron con nosotros y que nos regalaron su tiempo, de su vida un trozo. Fotos que no nos asusten y que tampoco nos entristezcan. Fotos que nos recuerden que vivir vale la pena.
Propongo cambiar el miedo por recuerdos y los sustos por anhelos. Guardar en un cajón el
truco o trato y sacar de él SU mejor foto de nuestro álbum.
¡Feliz que no triste día de todos los Santos!