Por Sonia Solar San Juan
El posado de Ana Obregón es un clásico del verano, pero en esta ocasión no es la imagen sino el titular lo que hace que me pare frente al quiosco a observar. “Lo que me mata de pena es que yo era tan feliz… y no lo sabía” se puede leer en la portada de su revista de cabecera e inmediatamente la idea comienza a dar vueltas en mi mente. ¿Uno puede ser feliz y no saberlo? ¿Acaso yo lo soy y en ocasiones ni me entero?
La reflexión de Ana es fruto de la pérdida de su hijo a causa del cáncer. Supongo que hasta que este enfermó, la actriz se preocupaba de cosas banales, imagino que como la mayoría de los mortales. Tras muchos días de reflexionar siento que esta es otra pandemia de la historia de la humanidad; la de no valorar, la de dar importancia a lo superficial, la de preocuparnos por chorradas ante la afortunadísima ausencia de problemas de verdad.
Me entristece enormemente pensar que somos tan ingratos que necesitamos ausencias para valorar presencias. La felicidad requiere de un puñadito de pequeñas grandes “cosas” que no son otras que la salud, el amor y la compañía de aquellos seres que se convierten en imprescindibles en tu vida. También necesitamos un hogar, poder comer y llegar a fin de mes. Mucho me temo, que como todo esto damos por hecho tenerlo, solemos alterar nuestro bienestar por trivialidades como no poder adquirir ciertos objetos, no tener una imagen determinada, no lograr un objetivo o no viajar con regularidad.
Hace unos días decía el gran Manolo García: cuando la felicidad va de Ferraris y mansiones, la cosa se pone jodida. Pon mucha atención en manos de qué depositas la tuya, que luego viene la vida, te da una guantada y de la que te retuerces de dolor, reparas en el error.
Valora todo eso que tienes, disfruta de los que más quieres, celebra que puedes escuchar su voz, ver preciosas puestas de sol o caminar sin dolor. Agradece cada día tras sonar el despertador, porque seguramente sí, eres feliz, que no te pase como a Ana Obregón.