Hace tiempo que los Oscar de “Hollywood” perdieron el oremos (como diría Juan G. Bedoya), y más desde que Almodóvar y cía. (y sus chicas) entraron por la puerta de atrás de la academia de Los Ángeles (1999 “Todo sobre mi madre”), donde me percaté que el cine de calidad, e incluso el comercial, dieron un paso hacia detrás y lejos quedaban aquellos tiempos donde años antes se reconoció a Garci y a su película (“Volver a empezar”) con el Oscar a la mejor película extranjera en 1982.
Dichas sinergias cinematográficas quisieron hacer una (torpe) réplica nuestro país con los premios GOYA, donde, salvo raras excepciones y con el debido respeto para algún director y actor (actriz) reconocidos, toda la parafernalia es un culto a la mediocridad, donde siempre están los mismos, bien en escena bien de relleno, en plantilla como son los inaguantables Bardem, Penélope y el resto del cutrecine, que no ve absolutamente nadie y además la mayoría de las obras a concurso están debidamente subvencionadas.
Este año, y con la intención de homenajear a Conca Velasco, el esperpento se desplazó a la noble ciudad de Valladolid, cuna y sede de un Festival de cine de ensayo de grandísima calidad, como es la SEMINCI, profanando dicha sede con esta farsa carnavalesca (que coincidencia), al igual que el nombre del genio de Fuendetodos que, si levantara la cabeza, se echaría las manos a la misma con este espectáculo circense, hábitat natural del clan de la ceja, abanderados patrocinados con el smoking del Sr. Sánchez y su pajarita al frente de este chiringuito chipiroflaútico.
Los resultados de taquilla vienen siendo los mejores notarios de cuanto ha quedado aquí expuesto, y además es mi impresión y la de muchísima gente.