Por un STV.
La ciudad de Santander comienza parecerse a esas películas catastrofistas en las que las ciudades se quedan vacías. No es por un ataque de zombies ni por una epidemia, simplemente los comercios cierran y los locales se quedan cerrados, con las persianas echadas.
Basta un paseo por unas calles que siempre han sido muy comerciales. En la calle Ataulfo Argenta, paralela al paseo de Pereda, el tradicional comercio de perfumería Gúezmes lleva cerrado meses y el popular bar “El Diluvio” aparece muerto tras una persiana metálica, con una oferta excepcional de pinchos, cerró hace meses.
La calle parece desierta y tras cruzar la Plaza Porticada la siempre popular y comercial calle San Francisco, una de las primeras peatonales de la ciudad, es un cementerio de comercios cerrados. Hay más tiendas cerradas que abiertas. Solamente el pequeño comercio de regalos Pico nos recuerda los esplendores de una zona que siempre fue comercial por excelencia.
El recorrido por la ciudad es un catálogo de cierres, abandono y oscuridad… porque los comercios, con sus escaparates, iluminan las calles y ofrecen al viandante la sensación de estar en una zona segura.
El comercio santanderino agoniza y los que mejor resisten son las franquicias de las grandes firmas. Una lástima que las ventas se trasladen a los grandes complejos comerciales a las afueras de la ciudad.