Por Marcelino Pérez
Esa propuesta de prohibir el fútbol que es el titular de este artículo parece más que una propuesta, una provocación. Allá por la década de los sesenta, en el mayo francés, uno de los eslóganes más aplaudidos fue aquel de “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. Lo de prohibir el fútbol es un imposible, que si entramos en el análisis sería absolutamente lógico.
Veamos: Los tres últimos presidentes de la Federación Española de Fútbol han terminado procesados por diferentes delitos y el presidente actual ha sido condenado recientemente. Esa trayectoria delictiva no se rompe, sino que se retroalimenta. Bien se podría decir que para ser presidente de la federación es imprescindible tener un currículo lleno de antecedentes penales.
Los seguidores del fútbol son violentos y lo demuestran con frecuencia. Desde auténticas masacres por avalanchas en los estadios, hasta agresiones en el propio terreno de juego, por no mencionar los casos de severa violencia tras determinados encuentros deportivos. En algunos casos con crímenes, desordenes y graves daños materiales.
La corrupción en ellos órganos que gobiernan el fútbol se ha demostrado sin lugar a dudas y se mantiene sin castigo. Vemos como se han comprado árbitros, jugadores y partidos, sin que apenas tengan repercusión esos hechos. Son innumerables los presidentes de clubes que han terminado en el banquillo e incluso en la cárcel. En Cantabria, en el Racing, tenemos ejemplos.
Los dirigentes han ganado ingentes cantidades de dinero mercadeando con el fútbol: Desde organizar competiciones en países árabes hasta organizar campeonatos a discreción.
Si esa mezcla de violencia, corrupción y opacidad se produjera en otras actividades sin duda estaría prohibida, pero el fútbol tiene un componente cercano (hermano) a la acción política: Cuando se es seguidor de un equipo se perdonan todos los delitos y se acusa al contrario de los mismos. En política los votantes se han convertido en forofos de un partido político y son incapaces de admitir lo errores propios y magnificar los ajenos.
El fútbol genera violencia y corrupción, dos elementos que lo asimilan con las drogas. Claro que no se prohibirá el fútbol, porque ha adquirido tal fuerzas que ha construido su propio universo, al margen de las leyes y los gobiernos.