Todos los años por esta época cuento la misma historia, así que este año también pero por escrito…
Es cuando aquí mi madre y una servidora nos enfrentamos a la realidad de nuestra crianza…cada una la suya, en momentos críticos muy diferentes….
Ella creció después de la postguerra de la II Guerra Mundial cuando había todo tipo de carencias aun y las cartillas de racionamiento aun sobrevolaban en las mentes de muchas familias y, aunque nunca lo vivió por suerte se habla de ello.
La casa de mis abuelos era el restaurante de la zona, y cuando digo restaurante lo digo porque siempre había invitados, siempre había gente sentada a la mesa que no eran precisamente de familia : que si el médico del pueblo, el cura, el maestro, los hijos de, la familia de fuera, los de Cuba, los de Miami, los del País Vasco francés…. En fin, en épocas de escasez en la casa de mi abuelo se comía lo mejor, abundaba pescados y mariscos, guisos, buenos vinos…. A lo largo de una mesa de roble , que luego heredé, para 20 comensales…
Mis bisabuelos eran una especie de magos que con lo que había hacían milagros para poner de todo en la mesa navideña.
El caso es que con todos los ahorros de la abuela Elizabeth, que eran muchos, iban a la tienda y, no podían comprar. Lo que la cartilla, o la suma de las cartillas de los que se juntaban dieran de sí.
Cuatro generaciones con circunstancias diferentes y diversas, de las más duras a las más afortunadas…la historia de mi familia paterna merece otra capítulo aparte donde el arte y los viajes predominaron frente a una familia materna conservadora y muy religiosa.
Su pregunta fundamental, la de mi madre , al llegar al mercado era: ¿habrá existencias?…con media sonrisa…
La mía: ¿nos lo podremos permitir?…con ironía y sarcasmo…
Bueno, esto es para adornar la historia porque en realidad, no nos hacíamos la pregunta, pero las miradas lo decían todo… Conocíamos la respuesta.
Como cantaba Ricardo Cantalapiedra: “no quieras hurgar en mi pasado. Te basta con saber que me tocó crecer en tiempos en que el pan…fue racionado”, y yo añado letra, luego aprendimos hacer el pan, luego aprendimos a venderlo y ahora comemos pastelitos…
Pues eso, llegamos al supermercado y empieza: ¿tenemos suficiente?¿polvorones? ¿Cuantos miles de cajas quieres comprar?
¿Y si se acaban?
En España nunca se acaban los polvorones.¿y los Nevaditos? Tampoco.
¿Y el turrón? Jamás.
Si fuera por ella, el primer día que lo sacan nos llevaríamos toda la tienda.
Le gusta ir a comprar a primera hora de la mañana cuando no hay nadie.
Ahí es cuando despierta su parte de instinto animal, cuando empiezan a entrar otros clientes y si no fuera porque tiene un buen enfoscado de educación, se liaría a mamporros contra cualquiera que osara mirar la estantería de los pastelitos Gloria de la Viuda al mismo tiempo que ella. Todo cliente es un posible competidor debajo del árbol del que está recolectando el fruto.
Somos animales, aunque Mayor Oreja crea que un Dios, el suyo, se dedica a insuflar el alma después de cada cópula fructífera.
Debajo de la capa de educación, unos más gruesa, otros más fina y otros rota por todos los costados, somos perros peleando por el mismo hueso.
Cuando Belén Esteban decía : “yo, por mi hija mato”, no se andaba con metáforas.Y la audiencia lo sabía, por eso tenía tanto éxito.
Sólo hay que ver las caras de algunos en el Congreso. Somos animales a punto de saltar como nos toquen los polvorones.
Coco Bari © © ®

















