Esta mañana me dispuse a tomar un café en la cafetería La Catedral (plaza de la catedral de Santander), y me sorprendió (para bien) ver al cabo del tiempo en la parte izquierda del establecimiento, agachado y haciendo su trabajo (servicio) a un personaje de Santander conocido, singular, mítico -y ya único- como es “Nardo el limpia” (botas).
En este sentido debo decir, y me vino a la memora que tuve un amigo “limpia” (e iba a decir cliente, pero no lo considero tal) como fue Basilio que prestaba sus servicios en la Cafetería Picos de Europa (donde parábamos todos los deportistas) hace más de 30 que falleció, al que ayude cuando pretendían desahuciarlo (y lo evitamos) que me regaló una fotografía que conservo de tres toreros míticos del 1923 en la Plaza de Toros de Santander (fallecidos los tres por asta de toro).
Pues bien, hoy no pude resistir la tentación de ir a saludar a Nardo (al que conocía, pero no tenia tratado), previa presentación de un compañero, e intercambiar un pequeño dialogo con el, al tiempo que le pedí permiso para sacarle una fotografía, después de la faena, tras mostrarle mi admiración a su persona y a su cometido.
En efecto, se puso en pie, mide cerca de 1,80, delgado, y con un porte y manera de cierta elegancia exterior, e interior por lo que pude palpar, iba bien vestido, y ¡como no¡, con los zapatos lustrosos como un vidrio.
M dijo que mi cara le sonaba, aunque no fui cliente suyo, lo que no es de extrañar porque la ciudad es pequeña y nos conocemos todos, y estoy seguro que este hombre retiene en su memoria miles de caras (santanderinos) pues llevaba más de 70 años haciendo su trabajo, donde su esplendor lo tuvo en la conocida y céntrica “Cafetería San Siro” de la Calle Lealtad, hasta recalar hoy en día en la citada cafetería muy concurrida.
En definitiva, son varias las razones por las que me gustaría rendir tributo a Nardo desde estas líneas, pues para mí fue una satisfacción ver hoy a esta persona que, a juzgar por lo que dejó traslucir, transmite una serie de valores que debemos resaltar como:
– El amor a su trabajo (hoy seguro que hobby). Me dijo, con orgullo y satisfacción, que empezó desde niño y así ha seguido hasta la fecha, como decía, con más de setenta años. No es posible hacer una cosa así, a mi juicio única e irrepetible, si no es por amor al arte, auténtica vocación a tu trabajo, lo que dicho de otra forma, es una realización personal plena.
– La bondad Nardo transmite bondad. Salta a la vista. La expresión de su cara, las formas, el trato que dispensa no solo a los usuarios de su servicio, sino al resto de clientes y al personal de la Cafetería y a cualquier mortal que se tercie.
– La elegancia. Alguien puede pensar que el hecho de limpiar los zapatos a sus clientes, dada la posición en la que debe prestarlo, sentado en su pequeño taburete, y el cliente en posición más elevada, pueda suponer un signo de sumisión o bajeza, y nada más lejos de la realidad. Nardo es una persona elegante en su porte, y su trabajo, como el de “un modisto” (también en desuso) o un “joyero”, contribuye a la elegancia (en principio exterior) de las personas como parte de la idiosincrasia de las distintas sociedades. De hecho, recuerdo que de pequeño, escuché a una mujer de mi pueblo que “casó bien” (económicamente hablando) con una fortuna madrileña, que la elegancia (recalco, exterior) de una persona se infería de dos detalles: los zapatos y el reloj. Hoy en dia, con los cambios de habito, ropa, con las zapatillas deportiva, los zapatos lustrosos han ido a menos, pero los hay, llevan su mantenimiento, y Nardo, con su maestría sabe sacar lo mejor de los mismos.
– La sabiduría. Estoy plenamente convencido que a lo largo de las siete décadas que Nardo viene pulsando las cafeterías más céntricas de la ciudad, tratando a gente de todas las clases sociales, e incluso diría de estratos elevados, a lo largo de los diez, quince o veinte minutos que puede durar su trabajo, habrá sido “confesor” de muchas intimidades, o incluso “sicólogo” de sus clientes, y por su forma de ser, deduzco también, que totalmente discreto al respecto.
– La discreción. Estoy plenamente convencido que habrá sido testigo de reuniones informales de negocios, de romances, de curiosidades, de anécdotas que estoy seguro darían para mucho, y ojalá pudiera y quisiera compartir algunas lo que seria interesante.
En definitiva, no pude resistirme a valorar una profesión en desuso en el mundo, y en Santander (y diría que en España quedarán pocos) tenemos el honor de poder seguir disfrutando de esta persona que está en plenitud, totalmente respetable, que afortunadamente contribuye a hacer más feliz a la gente, conocida, como uno de los pocos personajes que nos quedan (hace un año nos dejaba prematuramente el guitarrista de la Calle Burgos), y vaya mi admiración y respeto a Nardo, por estar ahí dando ejemplo durante tanto tiempo