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lunes, junio 16, 2025

MENUDO ES EL CHATO CUANDO SE REMANGA

Por José María Fuentes-Pila

Menudo es el Chato cuando se remanga, pensó el párroco al verle remangar la camisa para mostrar los remos que por brazos calza. Dominó que siempre pierde el cura, entre pacharán y sol y sombra, bendecido por la gracia del soplamocos que a mano abierta recibirá cada uno de los gráciles extranjeros que entre lengua de trapo y alcohol sin ton ni son, faltan a la bella cantinera al contraluz del deseo.

Sueña la música en la tasca cuando los dedos marca el Chato en cada moflete, eso sí, con educación de salón, chavales, la ronda la pago yo. Piensa el clérigo y se santigua, aunque una risa invisible se desliza como ninfa alada del purgatorio de su alma, condenada a aquella Villa con cadenas voluntarias. Menudo es el Chato cuando se remanga, escultura de algún viejo druida al que se le olvidó la altura en cualquier matraz de secano.

El Chato, metro y medio, un poco más, de puntillas las estrellas toca. Ojos tan azules, transparentes como agua marinas, la boca no le cabe en la cara y pocas sonrisas regala, luciendo su dentadura, dentelladas a la vida cuando se encara torcida. Nadie sabe la edad de ese que llaman el Chato, ciento tres años al menos le contemplan entre sueños, jaranas y desventuras, la de un pueblo que vive porque el Chato se remanga cuando vienen mal dadas. Siempre con su camisa blanca, su pantalón de lino negro, no hay frío ni calor en su estampa antigua. Quizás tres corazones caben en su pecho.

Menudo es el Chato cuando se remanga, los grises, morados quedaron hace un ramillete de años, cuando acompañando a las palas, el bosque quisieron podar para burdeles de ocio temático asentar en esa .tierra de nadie que creyeron poder conquistar con veinte monedas de plata.

Menudo es el Chato cuando se remanga, cabal del alba al anochecer, dueño del campo, sin más título de propiedad que los surcos infinitos que a golpe de azada abre para dar de comer al pueblo que a aprender dedica su tiempo. Es agricultor, ganadero y cantero. Se remanga el Chato sin piedad, sin pena, sin gloria, sabiendo que los críos del pueblo a la escuela van con sus libros, de rondón pasan por la iglesia y parten a la ciudad, para volver al pueblo a recrear sus vidas.

Menudo es el Chato cuando se remanga. Tres pilastras de la presa en arenisca convirtió cuando de aquel pueblo mágico un pantano quisieron hacer. Sube el Chato la loma que descansa mirando al sur, para ver al fondo la casa que siempre lo fue de todos. Baja las mangas despacio, se abotona los puños blancos, besa a sus hijos por orden, del menor al mayor sin pausa. Y a su María, que parece envejecer más rápido que la luna al dejar su esplendor, la besa con el corazón.

Maestra, como las anteriores, porque el cura no sabe la cuenta, pero el Chato ronda la vida desde tiempos sin calendarios.

Menudo es el Chato cuando se remanga, bajando por el camino del mar, con el mazo el cincel y el saco, hasta el breve acantilado que a la cantera de piedra da.

Entre los múltiples quehaceres, tiene tiempo el Chato de picar la suave piedra que la montaña le presta. Cincela y ordena los muros de su más bello regalo al pueblo. Un edificio de paz, de estanterías abiertas al sol, de lecturas a la luz de la luna entre cristaleras de viento y la dulce mirada de los niños por llegar. La faena que nunca acaba, pero el Chato siempre sonríe, porque de estrellas fugaces está plagado el camino de su existencia, y de no ser una evidencia, la mente del Chato se las inventa.

Pero no fue invento el rayo de la noche de seca tormenta, esa que no quiso regar el campo, que solo buscaba al Chato. Y al volver a subir la loma, el rayo buscó la hebilla de su eterno cinturón, entrando hasta la médula y saliendo con el alma de quien remangado quedó para simiente de rábanos.

El cura concelebró con lágrimas en los ojos, sin poder dar explicación a aquella circunstancia fatal. El Chato remangado, fue enterrado bajo el nogal, testigo y notario paciente de las piedras colocadas en aquella casa de saber que a medias quedó por hacer.

“¿Qué será de nosotros?”, pensó el buen cura al dejar su último adiós en la tumba de quien siempre por el pueblo se remangó.

Pasaron los días silenciosos y una mañana de fresca, de rocío tintineante, el que avisa de la primavera, salió el cura de su casita y aparentemente sin ton ni son, las mangas se remangó. Y partió decidido a seguir lo que el Chato allí dejó escrito sin más palabras que el viento. La maestra se remanga para mejorar la escuela, los jornaleros, convertidos en dueños de aquellas tierras, remangados caminan juntos para abrir más surcos al campo.

Niños, mujeres y hombres se remangan cada día para hacerle frente a la vida, para sonreír cada atardecer… “Menudo es el pueblo, cuando se remanga”.

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