De nuevo Don Fernando del Pino-Calvo Sotelo, una de la mentes más claras de la intelectualidad española, recoge con exactitud, la verdadera cara de la llamada Agenda 2030
Por su interés reproducimos su trabajo
La dictadura comunista soviética solía repetir sus consignas una y otra vez para que fueran adecuadamente absorbidas por la población. Asimismo, la repetición obsesiva del término “sostenible” y la omnipresente presencia del logo multicolor de la Agenda 2030 son símbolos del nuevo totalitarismo que se cuela por la puerta trasera en una sociedad debilitada por la Cultura del Miedo y la pérdida de referencias morales. A esto hay que sumarle el poder de la corrección política, concepto creado por el marxismo-leninismo, que fija fronteras que no pueden traspasarse so pena de ser linchado o condenado al ostracismo, fronteras que hoy en día son decididas por una sombría Autoridad Superior y transmitida por los obedientes medios de comunicación. Hay que reconocer que la corrección política ha cumplido su misión, la de sofocar el libre pensamiento y crear un miedo generalizado a la disidencia.
En el caso de la Agenda 2030, la mayoría de empresas e instituciones repiten el lema como muestra de virtud social, aunque pocas personas son plenamente conscientes de su contenido. ¿Qué es la Agenda 2030? Y, si es tan importante, ¿por qué nadie lo ha votado?
¿Qué es la Agenda 2030?
La “Agenda 20-30 para el Desarrollo Sostenible” es un acuerdo propiciado por la ONU en 2015 para sustituir la olvidada Declaración del Milenio (2000-2015). Una diferencia importante entre los dos textos es que el segundo pasó desapercibido, mientras que la Agenda 2030 ha sido rellenada, incrustada, empujada, empujada, introducida en la sociedad con tal presión que, en comparación, alimentar a la fuerza a los gansos parece ser un acto. del libre albedrío de los pobres animales.
La Agenda tiene 17 objetivos y 169 metas con el objetivo aparente de “acabar con la pobreza y el hambre (…) y proteger el planeta”. Su lenguaje es voluntarista y grandilocuente: “Prevemos un mundo libre de pobreza, hambre, enfermedades y miseria” con un crecimiento “sostenible, inclusivo y sostenido” (un estribillo parecido a un mantra repetido en todo el texto). De hecho, el documento es completamente utópico, lo que en sí mismo debería ser un motivo principal de preocupación, sobre todo porque las utopías del siglo XX –especialmente el comunismo– mataron a más de 100 millones de personas en todo el mundo.
El lenguaje del documento ofrece muchas pistas sobre su verdadera naturaleza. En sus 35 páginas [1] , la palabra “sostenible” se menciona 213 veces y la palabra inclusivo 40 veces. En cambio, el término “libertad” se menciona sólo 3 veces, “familia” sólo 1 vez y “propiedad privada” ninguna, es decir 0, coincidiendo con el lema del Foro Económico Mundial de Davos (FEM), “socio estratégico” de Agenda 2030: “No poseerás nada y serás feliz”.
Una de las únicas tres veces que se menciona la palabra libertad es para afirmar que la Agenda 2030 busca “fortalecer la paz universal dentro de un concepto más amplio de libertad”. Se trata de una expresión inquietante, dado que el término libertad no requiere una nueva interpretación. Dado el carácter orwelliano del texto, es imperativo recurrir al “neolenguaje” descrito en la novela 1984, en la que el Ministerio del Amor se dedicaba a la más dura represión y el Ministerio de la Verdad a la propaganda más engañosa. Así, la traducción real de la frase anterior sería la siguiente: “La Agenda 2030 tiene como objetivo fortalecer la dominación universal dentro de un concepto más restringido de libertad”. Eso es más fácil de entender, ¿no?
Para discernir la verdad sobre la sombra que proyecta esta iniciativa de la ONU –es decir, el globalismo– es necesario distinguir entre los objetivos que propugna, aparentemente buenos, y los medios que propone para alcanzarlos, completamente opuestos a la consecución de ellos. de esos fines. Recordemos que el abismo entre fines aparentemente beneficiosos y medios perversos ha sido precisamente lo que ha caracterizado las utopías más destructivas de la historia.
Un programa totalitario
La primera crítica que se puede hacer al utópico programa Agenda 2030 es su carácter totalitario, ya que aspira a controlar la totalidad de la vida de los individuos, incluido qué y cuánto comen, y qué y cuánto consumen. Como hemos mencionado, el concepto de libertad está ausente y es sustituido por un estatismo acérrimo. De hecho, se descuidan la libertad individual y la iniciativa privada en favor de un intervencionismo estatal constante al que se atribuye un carácter benévolo y una capacidad sobrehumana para resolver todos los problemas.
El intervencionismo que propone es tan exagerado que nos recuerda a los Planes Quinquenales de la antigua URSS. Por ejemplo, establece objetivos específicos para el crecimiento del PIB en los países menos desarrollados y la “duplicación” (¿por imperativo legal?) del peso de la industria (“inclusiva y sostenible”) en el PIB de esos mismos países.
Las similitudes con el comunismo continúan, ya que también propone reducir no sólo la desigualdad de oportunidades, sino también la “desigualdad de resultados”. En esta línea, se compromete a realizar “cambios fundamentales en la forma en que nuestras sociedades producen y consumen bienes y servicios” y formula un axioma revelador: el crecimiento económico (sostenido, inclusivo y sostenible) “sólo será posible si se comparte la riqueza y se elimina la desigualdad de ingresos”. está dirigido». Así, aboga por incrementar la progresividad de los impuestos y fortalecer «la regulación y supervisión de las instituciones» desde un Estado al que se le conceda «plena soberanía permanente sobre todas sus riquezas, sus recursos naturales y su actividad económica».
Finalmente, declara pomposamente que actúa “en nombre de los pueblos a los que servimos”. ¿Exactamente cómo y cuándo se han expresado “los pueblos” sobre la Agenda 2030? ¿Y en qué país la clase dominante sirve al pueblo en lugar de ser servida por él?
Ideología climática y religión en la Agenda 2030
Sin embargo, lo más decisivo de la Agenda 2030 es que, lejos de ser un documento políticamente aséptico, tiene una carga ideológica muy determinada.
En primer lugar, es materialista, omitiendo cualquier dimensión trascendental del ser humano, convirtiéndolo en poco más que un animal o un robot, a pesar de que el 72% de la población del planeta –las personas a las que dicen servir- cree en Dios ( sólo el 10% se declara ateos) y que una gran mayoría cree que hay vida después de la muerte [2] . Aunque el 62% de la población mundial vive en países donde se vulnera el derecho a la libertad religiosa (siendo la religión cristiana la más perseguida [3] ), el texto no lo menciona en ningún momento, como tampoco menciona la libertad de expresión. Asimismo, su desprecio por los seres humanos le lleva a colocarlos al mismo nivel que otras criaturas en un mundo “donde todas las formas de vida pueden prosperar sin miedo ni violencia”.
Eso sí, la Agenda 2030 defiende la ideología de género (palabra repetida 16 veces en el documento): “la incorporación sistemática de una perspectiva de género en la implementación de esta Agenda es crucial”. También apoya el aborto bajo el eufemismo de “salud reproductiva de las mujeres” y relega a la familia a una posición secundaria en un mundo caracterizado por la relación de servidumbre entre el amo (el Estado omnipotente) y su sirviente, un individuo aislado y solitario, ignorando la la familia como unidad fundamental de la sociedad y como sujeto de derechos anteriores a la existencia misma del Estado.
En cuanto a su apoyo a la religión del cambio climático –que menciona 20 veces–, la Agenda 2030 tiene el mismo tono pesimista y catastrofista del primer informe del Club de Roma –documento seminal del movimiento globalista– con una conciencia de escasez cuyo La única solución es, aparentemente, la aceptación de una tiranía global liderada por una élite que quiere hacernos la vida ciertamente incómoda y al mismo tiempo salvarnos de una amenaza inexistente. Así, repite la habitual letanía climática apocalíptica advirtiendo del “peligro para la supervivencia de muchas sociedades” causado (entre otros factores) por un supuesto aumento de los desastres naturales y las sequías y un supuesto agotamiento de los recursos, tres afirmaciones que no están respaldadas por los datos [ 4] .
Naturalmente, la Agenda 2030 propone aumentar la proporción de energías renovables para lograr un suministro energético “asequible, fiable y sostenible” y “duplicar” la eficiencia energética. El problema es que las renovables a las que se refiere implícitamente (eólica y fotovoltaica) nunca serán eficientes, fiables o asequibles porque son intermitentes y dependen de suficiente radiación eólica o solar, que sólo se producen en determinadas latitudes, estaciones u horas del día. Así, las fuentes renovables siempre requerirán de un respaldo de las energías térmicas tradicionales, lo que implica una costosa redundancia de los sistemas de generación o, en su defecto, una vida vivida entre apagones intermitentes.
Objetivo: reducir la producción de alimentos
Con contradicciones similares –en lo que tal vez sea la prueba más evidente de su hipocresía– la Agenda 2030 afirma querer poner fin al hambre y duplicar la productividad agrícola mientras propone medidas que promueven justo lo contrario, es decir, que crearán hambrunas. Así, bajo la habitual coartada medioambiental, el texto es una auténtica declaración de guerra a los agricultores, lo que ha provocado en muchos países una reacción justificada por parte de ellos, que poco a poco van comprendiendo que están luchando por su propia supervivencia, que es la nuestra. .
En el caso de los ganaderos, la guerra se materializa en una grotesca demonización del ganado como emisor de metano y en una campaña inmoral contra el consumo de carne y proteínas animales, claves para la salud. En el caso de los agricultores, la Agenda 2030 quiere imponer una reducción en el uso de agua, fertilizantes y pesticidas. Con su habitual duplicidad, afirma querer “aumentar el uso eficiente de los recursos hídricos”, pero al mismo tiempo obliga a “restaurar los ecosistemas relacionados con el agua, incluidos los ríos” (es decir, destruir las represas), lo que reduce la capacidad de riego. . Asimismo, con el pretexto de reducir la contaminación marina, propone primero controlar las “actividades terrestres”, incluida la “contaminación por nutrientes” (es decir, fertilizantes), y luego reducir “la liberación de sustancias químicas a la atmósfera, el agua y el suelo”. (es decir, pesticidas). Sin agua para alimentar las plantas, sin fertilizantes para nutrir el suelo y sin pesticidas para matar las plagas, ¿cómo se mejorará la productividad agrícola? ¿No revertirá esto la maravillosa Revolución Verde, que hizo posible multiplicar el rendimiento de los cultivos y alimentar a una población en crecimiento? Voy más allá: ¿realmente creen que los autores de la Agenda 2030 ignoran que ese será precisamente el resultado?
El caso de Sri Lanka es el canario en la mina. En 2021, el gobierno de ese país decidió prohibir los fertilizantes y pesticidas químicos con los típicos argumentos medioambientales. Su presidente alardeó de ello en un discurso en la cumbre del clima COP26 en el que abogó por la agricultura ecológica y las energías renovables. “El hombre debe vivir en sintonía con la naturaleza”, afirmó, citando textualmente un punto de la Agenda 2030. Tres años antes, el Foro Económico Mundial (FEM) había publicado un artículo del entonces primer ministro dando a conocer su “visión”. El país logró una calificación ESG de 98,1 sobre 100 y se convirtió en el favorito de la ONU y en un modelo para implementar la Agenda 2030. Pues bien, en sólo seis meses, la producción agrícola cayó un 20% y los precios subieron un 50% mientras que determinados productos, como el tomate y la zanahoria, multiplicaron por cinco su precio. En un país productor de arroz, el gobierno se vio obligado a importar arroz, y finalmente llegó la hambruna, las masas irrumpieron en el palacio presidencial y el presidente huyó mientras el WEF se apresuraba a borrar el mencionado artículo de su sitio web, pero el daño ya estaba hecho: hoy La desnutrición infantil sigue siendo un problema en Sri Lanka [5] .
Conclusión
Bajo el bonito manto de objetivos aparentemente nobles, la Agenda 2030 esconde una agenda empobrecedora y misantrópica y nos conduce hacia un mundo con cartillas de racionamiento permanentes. Afirma luchar contra la pobreza, pero sus políticas sólo la aumentarán al suprimir la libertad y la propiedad privada, los motores clave del progreso económico. Exalta un Estado al que dota de atributos divinos (omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia) mientras desprecia al individuo, al que reserva el papel de servidor de la elite gobernante. Hace creer, contra toda evidencia, que son los Estados y no los individuos quienes crean riqueza, olvidando que es el individuo quien crea riqueza y el Estado parásito quien la confisca. Finalmente, propone una actitud paternalista y neocolonialista hacia los pueblos de los países más pobres, negándoles su legítima dignidad y su capacidad de ser actores de su propio destino.
El globalismo que inspira la Agenda 2030 sabe que el control (y la reducción) de la población mundial requiere el control de las fuentes de energía y de los alimentos, el verdadero objetivo de esta ingeniería social astutamente llamada cambio climático.
Finalmente, como no podía ser de otra manera, desde el punto de vista de sus resultados, la Agenda 2030 está siendo un fracaso estrepitoso, algo ya reconocido por la propia ONU [6] y el Banco Mundial [7] . En efecto, habiendo transcurrido más de la mitad del plazo para alcanzar sus objetivos aparentes, no se ha reducido ni la pobreza extrema ni el hambre, la mortalidad infantil y materna apenas ha variado, la mortalidad por malaria, lejos de disminuir, ha aumentado (gracias al veto a los pesticidas por razones “ambientales”), y el “pleno empleo” sigue siendo una quimera.
Sin embargo, a los autores de la Agenda 2030 no les importan en absoluto sus 17 objetivos. Su verdadero objetivo es sólo uno: la dominación, lograda mediante la imposición de un nuevo orden mundial basado en un estricto control estatal y la servidumbre de un ser humano privado de sus derechos.