El otro día, en el final de la vuelta ciclista las personas que estaban impidiendo una celebración inaceptable, no eran jefes de estado, ni ministros, ni cantantes, ni grandes del deporte.
Eran hombres y mujeres de esos que llegan a fin de mes, y gracias.
Los que buscan las ofertas en el supermercado.
Los habría que pidieran a algún otro participante que les trajera a Madrid porque ellos no podían pagarse el billete.
No comerían en un dos estrellas Michelín, se habrían traído un bocadillo y una fruta.
Después del acto volverían de noche a sus casas, para no pagar hoteles.
Pagarían la gasolina a escote y a lo mejor se permitieron una caña o un café.
Gente como tú , y como la gran mayoría….
Que les conocen en su casa y la vecina del tercero a la que ayudan con la compra cuando se la encuentran.
Gente corriente, que el lunes volverían a cuidar un enfermo, arreglar dos grifos, poner un enchufe, acabar una obra, vender tres vestidos en la tienda, hacer dos permanentes y tres tintes en la peluquería.
Gente corriente, sin poder.
Pero que hicieron un acto que dio la vuelta al mundo.
Ver pasar a los ciclistas entre mujeres de luto portando cadaveres infantiles simulados…
Fue un calambrazo para millones de personas.
No, esta vuelta no la vais a celebrar, dijeron.
Este GENOCIDIO LO VAMOS A PARAR. Porque uno a uno no somos poderosos pero juntos sí lo somos.
Nos asiste la razón de la conciencia colectiva.Los niños corriendo con un plato vacío nos están pidiendo auxilio.
Unos portando una bandera, otros escribiendo un post, compartiendo una foto, encendiendo la televisión para que los programas que saquen el tema tengan audiencia.
Son pequeños gestos, pero millones de ellos tienen un gran poder.
Somos la gente de la calle. Y cuando la gente de la calle habla, los poderosos no tienen más remedio que escuchar.



















