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martes, diciembre 3, 2024

EL GRITO Y EL MIEDO

El cuadro de Edvard Munch (1863 – 1944)  El Grito, que ilustra este artículo, resulta el gesto más expresivo del arte contemporáneo, ante el desaliento del hombre moderno en el momento del cambio de siglo.

Munch nos habla de sus sentimientos cuando pintó esta obra: …”Iba caminando con dos amigos por el paseo… se ponía el sol… el cielo, de pronto se tornó rojo…yo me pare…cansado me apoye en la baranda… sobre la ciudad, el fiordo oscuro, azul… no veía sino sangre y lenguas de fuego…mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar temblando de miedo…y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza”…

Estas frases tremendas nos hablan de la hipersensibilidad de un autor que, ha convertido su pintura, en altavoz de una angustia existencial que, algunos verán como premonición de  los horrores del nuevo siglo XX, y otros, yendo más allá, en un arcaico pasado, donde el hombre comenzó a ser hombre.

El simbolismo de la imagen se hace patente, en el rostro del primer plano, agitado, distorsionado, casi calavérico que, se aprieta el cráneo con ambas manos para que no le estalle. El empleo de colores violentos es simbólico, tratando transmitir al espectador, el aterrado estado de ánimo del autor.

Dos testigos mudos, lejanos, anónimos, se recortan al fondo como unas figuras negras, en una violentísima perspectiva diagonal que agrede la visión de quien la contempla. Las formas se retuercen como poseídas por un profundo e insoportable dolor.

Los colores, completamente arbitrarios, no buscan una verdad racional, objetiva, si no que intentan expresar el sentimiento terrible del autor ante el terror del mundo que contempla.

Y me surge la pregunta: ¿por qué llegamos a gritar así?… ¿ dónde aprendimos a hacerlo?… ¿de dónde surgen los fantasmas que nos hacen explotar de esa manera?… ¿son expresiones culturales adquiridas o vienen con nosotros de más atrás, desde antes de la cultura?

Me encontraba en el aeropuerto de Limassol  consumiendo  las horas, a la espera de mi vuelo a Atenas , concentrada en una novela de un joven autor  ya consagrado que no conseguía acabar ( la critica decía que era una obra maestra, aunque a mí me parecía una cosa insustancial) cuando de pronto me estremeció un grito desgarrador.

Quien lo emitía era un niño de seis o siete años que, sentado en uno de esos asientos incómodos que hay en los aeropuertos, se había quedado cuidando del equipaje, mientras su madre había ido a hacer una consulta al mostrador de una compañía aérea… Pensé, que niño más mal repelente, y despotriqué para mi interior contra la irresponsabilidad de los padres ocupados de su educación

Mientras el niño lloraba desconsoladamente, su madre, acabada la gestión, volvía caminando tranquilamente charlando con una amiga sin alterarse por los gritos… Cuando llegó, le dirigió unas palabras para calmarle, a la vez que le reñía por sus gritos….

Entonces recogió las maletas, el niño, entre sollozos se levanto del banco, y agarrando por detrás del cinturón a su madre, se fueron hacia las puertas de embarque. Entonces me di cuenta que el niño era ciego….Niño, ciego, y en un inmenso aeropuerto, donde hasta para los videntes no entrenados resulta difícil orientarse, me pareció una situación de desprotección tal, que expresaba la más profunda de las soledades impuestas, la de un niño desamparado….

Cuando pasó por su cabecita la sospecha de que su madre quizás no volviera, debió entrarle un pánico tan aterrador que, le llevó a gritar desesperadamente como única reacción, ante el pavor de sentirse solo y abandonado….. Entonces me vino a la memoria el cuadro de Munch, abrí mi cuaderno y tomé las notas que hoy me llevan a escribir este artículo.

Aquel cinturón de la madre al que agarrarse, era todo lo que aquel niño tenía como seguridad para asirse a este mundo…..Todos los cachorros de los grandes mamíferos, incluido en hombre, comparten ese pavor, es miedo, ante la desprotección frente al depredador, siempre al acecho, del que somos presas fáciles en nuestros años de aprendizaje….

Nuestro cerebro sigue siendo el de un cazador recolector menor, tanto en entidad física como en número entre los depredadores, así que, continúa poblado mayoritariamente por los miedos  a ser cazado….

El miedo a los  monstruos que habitan las pesadillas de nuestros cachorros, viene de ahí, de la fiera que nos persigue y nos da caza… Es el sueño recurrente, de la pesadilla en la que esta a punto de cazarnos y de la que in extremis nos liberamos al despertarnos.

Los niños  experimentan ese pavor en el sueño nocturno, cuando se despiertan llamando agitados a su madre. Reflejos de orígenes ignotos de aquel miedo ancestral con el que vinimos a este mundo…

Cuando llego por la noche a mi casa, después de una jornada de trabajo y mi mascota Puppy sale alegre  a saludarme, no es solo por la alegría de verme de nuevo, ni por la comida que le espera,  sino por la tranquilidad de saber que, un día más su ama ha vuelto y no le ha dejado abandonado.

Su infinita fidelidad se basa, en la tranquilidad de que, su ama, siempre le cuidará, y aunque tarde meses en regresar, volverá, porque confía ciegamente en que nunca le se olvidara de él. Por eso cuando el amo muere, si no hay sustituto, el animal se ensimisma esperando la muerte.

La cultura nos enseña a  reprimir los gritos…”no grites le decimos al niño”…y sin saber por qué el niño sigue gritando… Y no le entendemos…Y es que el niño simplemente  grita porque le sale de dentro, porque es parte de su condición de ser humano…

Ante un hecho singular, el hombre adulto también se exalta incontrolado y grita… Lo hace en el fútbol, en las peleas, le grita a la mujer para imponer su poder y al animal indefenso en su mudez, lo hace desde un coche a otro conductor, o grita con el vecino cuando discute porque su perro se ha meado en su puerta…

Por eso se podría decir que en el cuadro de Munch, no es el hombre quien grita…grita el miedo

Coco Bari ©©®

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