Por Gervasio Portilla
Corría el siglo XIV de nuestra era y la decadencia de la fe se hacía evidente de forma trágica en Europa. Tal y como recogió en su libro “Europa y Fe” Hilaire Belloc, se toleraban nuevos actos de crueldad, triunfaban las intrigas; la vacuidad se hizo notar en la frase filosófica y en la sofística del argumento y eso marcó el cambio en el curso de la sociedad.
Fueron aquellas instituciones del siglo XIV, las que ocasionaron el relajamiento: el papado se tornó profesión y perdió su libertad; los parlamentos tendieron a la oligarquía, las ideas populares se fueron borrando de la mente de los gobernantes, las ordenes monásticas nuevas, vigorosas y democráticas fueron contaminadas por las riquezas; en ese escenario de cambios llego la llamada peste de la Muerte Negra, entre un tercio y cuarto de la población perdió su vida.
Pues bien, salvando los avances de la medicina y algunos otros más, muchos de los aspectos que se vivieron como consecuencia de la peste de la Muerte Negra, son coincidentes con lo que vivimos ahora, al menos, algunos de ellos lo son.
Una sociedad materialista que no mira hacia Dios, unas clases políticas en la mayoría de los casos, sin ética ni valores, unos medios de comunicación intrigantes y en una parte importante poco fieles a la verdad y la mayoría de la instituciones sociales y religiosas en profunda crisis.
Muchas coincidencias, parece que estamos a final de un ciclo, la mentira se ha adueñado y el mal triunfa demasiado; todo fruto de una sociedad decadente, que ha abandonado los mejores valores del ser humano y su propia transcendencia.
La historia se repite.