La situación actual en la que estamos inmersos esta dejando una serie de efectos colaterales que están precipitando cambios sustanciales en nuestras vidas a mayor ritmo del previsto.
Nadie puede dudar que llevamos prácticamente dos décadas, desde que entró en nuestras mentes el termino globalización, de la mano primero de las multinacionales, que centraron su producción en los países del tigre asiático por su bajo coste laboral, proseguido actualmente por las tecnológicas (redes sociales y sus derivadas) así como entidades financieras supranacionales de las que se desconoce quien o quienes están detrás (BlakRok o Blakstone con sede en Madison Avenue, NYC, por citar a los dos mas potentes) con una capitalización infinitamente mayor que la de España y la mayoría de países occidentales, exceptuando las grandes potencias.
Venimos asistiendo a una transformación de tal calado que las compañías y entes que las sustentan han alcanzado ya un poder mundial imprevisible que viene socavando por arriba y por abajo instituciones tan inexpugnables como “El Estado Moderno” (entiéndase democrático), con su origen a mediados del S. XVII pero con su consolidación tras las revoluciones de Europa (Revolución Francesa) y la Declaración de los Derechos de Virginia, entre otros movimientos, datando de un máximo de 300 años, y que ahora se firmemente diluido por el estrangulamiento económico al que está sometido (los Estados dependen de los mercados financieras para subsistir).
Y en este sentido me viene a la memoria unas reflexiones que hacia un Jesuita, Director del Colegio Mayor donde estudie mientras cursaba Derecho en la Facultad de Valladolid en los años 80, que afirmaba que la Iglesia era la única institución que había perdurado indemne (con sus altos y bajos) durante dos mil años, esto es, más que todos los imperios (el Romano duro 7 siglos, germánico, español en los siglos XV y XVII y el resto menos tiempo aún).
Estamos asistiendo también a la “caída del capitalismo”, entendiendo como tal y en una definición muy simple, como el que propugna el derecho a la libertad privada, libre mercado y libre competencia, con una intervención mínima del Estado en contraposición a los sistemas totalitarios de corte comunista fundamentalmente (aunque China con Partido Único, está inmerso en un sistema hibrido, y es un caso aparte que le está funcionando siendo ya considerado ya la indiscutible primera potencia), dando entrada a lo que se conoce como “nuevo orden mundial”, donde los grandes epicentros financieros (que a su vez controlan la multinacionales) están engullendo a todos los pequeños, de tal modo que se ha constituido un “monopolio u oligopolio” de una serie de compañías que son las que durante los últimos cinco años (por poner una fecha) vienen dictando las reglas económicas, y pautas de comportamiento de toda la humanidad tejiendo una especie de tela de araña en la que todos estamos cayendo sin vuelta atrás.
Quiero con ello decir que, según es publico y notorio, el poder mundial se está concentrando a mayor velocidad de la prevista en pocas e invisibles manos en las que esta el poder y la riqueza, sin que el resto de los mortales seamos capaces de reaccionar de algún modo, aunque no es menos cierto que los medios para hacerlo son muy limitados.
De hecho la pandemia está ayudando aún más a dicha concentración, donde los grandes fondos inversores se han posicionado notablemente al adquirir paquetes accionariales en todos los mercados del mundo a precio de ganga, sin que los operadores o reguladores bursátiles hayan hecho nada para evitarlo o remediarlo. En España, detrás del Estado como segundo inversor en el Ibex 35, está Blackrok.
Al tiempo, y a menor escala, estamos asistiendo también desde hace pocas décadas a una mercantilización y a una profanación de una serie de valores que en mi opinión van “contra natura”, puesto que la sociedad está poniendo en venta no solo bienes materiales, sino intangibles, me refiero a cosas en otra época impensables traspasando la peligrosa línea roja de lo que todos conocemos entre lo que está bien o mal.
Me refiero, por ejemplo, a la venta de órganos, venta de bebes, embarazos de pago, compra de emisión de dióxido de carbono, entrar en una universidad sin méritos pagando un bonus o certificados falsos, derecho a cazar un rinoceronte negro en peligro de extinción, llegar a tarde a recoger al niño al colegio, y podría seguir de forma interminable con cosas impensables a las que, como he dicho, se ha puesto precio, por no referirme al mundo de las apuestas deportivas (muchas veces adulteradas), donde no solo se cotiza el triunfo o la derrota, sino algo tan absurdo como la diferencia de goles, etc., etc.
Y todo con un ánimo exageradamente especulativo, por ello recomiendo la lectura del prestigioso filósofo de la Universidad de Harvard (Michael J. Sandel) en sus importantes obras, como “Lo que el dinero no puede comprar” que, como reconoce, ya muy pocas cosas escapan de este exorbitado mercantilismo, como por ejemplo y afortunadamente la amistad.
Entre esta deriva de la corriente “utilitarista y/o comercialista”, partidarios de que absolutamente todo se puede ponerse en venta, se encuentran, vamos a denominar, “los moralistas” partidarios de poner freno a estas prácticas, entre otras cosas porque en algunos casos, como por ejemplo, quien vende un riñón por dinero (otra cosa es la donación gratuita a un familiar) lo hace por extrema necesidad, y por tanto su consentimiento -que se supone debiera de ser libre y voluntario-, como uno de los requisitos de cualquier transacción, puede resultar limitado o condicionado por esa necesidad, y por tanto nulo según cualquier ordenamiento jurídico.
O el caso de la madre de alquiler (útero), que ha firmado un documento de renuncia a su maternidad y privacidad/confidencialidad, y llegado el parto se encariña con el bebé y desea dar marcha atrás con su decisión, lo que está suscitando litigios al respecto. En fin es un debate muy profundo en el que no quiero entrar en este breve espacio.
Es innegable pues, que estamos asistiendo no solo a una afloración del enriquecimiento rápido y especulativo tanto a gran como a pequeña escala, de tal forma que en las librerías vemos cada vez más publicaciones relativas a como alcanzar el éxito, así como a la deificación y banalización de los triunfadores de lista Forbes, los influencers, etc., asistiendo a veces a episodios de codicia-venganza como es el caso de los hermanos gemelos Tyler y Cameron Winkleoss, fundadores de Faceebok junto a Mark Zuckenberg, tras cuyo litigio entre ellos los hermanos dedicaron la jugosa indemnización al negocio especulativo de Bitcoin, con incalculables plusvalías.
Quiero decir con esto que estamos inmersos en sistema de “amoralización” (termino utilizado hace muchos años por el rey de la especulación financiera George Soros en un libro que cayó en mis manos hace 21 años que auspiciaba la crisis capitalista, y quien, según las malas lenguas, es uno de los padres de esta involución que nos acecha), donde a juicio de los principales actores financieros todas estas prácticas especulativas estarían permitidas, pues su juicio no llegan a la inmoralidad.
Por supuesto, este es un debate profundo, pues argumentan que ellos interactúan con las reglas del juego de los mercados y por su habilidad o riesgo, toman decisiones en sus inversiones en las que ¡¡“casualmente”!! salen casi siempre ganando. A los resultados me remito. Son como el casino, siempre les cae la bola de su lado.
Por tanto, en mi modesta opinión, no son actores, son protagonistas de primer nivel e incluso guionistas de todo este entramado, por no decir que a veces juegan con información privilegiada, o como estamos viendo, desde su potente posición precipitan movimientos apostando a la baja o al alza con instrumentos adecuados sin que los demás puedan o podamos hacer nada (excepto la reciente anécdota de Wall Street que estamos presenciando ahora con GamesStop, donde pequeños ahorradores a través de un foro se concertaron apostaron al alza descolocando a especuladores).
Por tanto, no son “amorales” como ellos pretenden para espiar sus males o acallar su conciencia, sino que a mi juicio rompen esa barrera de la ética adentrándose en la “inmoralidad” pura y dura que en moralidad se denomina codicia. Me repulsa, por ejemplo, leer respecto a otro de los dioses modernos el dúo Bill Gates su esposa Melissa, denominándose autocomplacientemente “filántropos” (igual que Soros) por las cuantiosas donaciones que dicen hacer en el tercer mundo (contra lo que no estoy en contra, sino al contrario), pero que no han renunciado a su ADN especulativo.
Por ejemplo, han apostado por la carne artificial, y no tardando nos inundarán los mercados de dicho producto con las consecuencias económicas en el sector animal y sus derivados, entre otras inversiones que les están permitiendo durante los últimos 25 años estar en la cumbre de los más ricos del planeta. Con una mano dicen que dan pero por la otra cogen a grandes puñados.
Si de verdad quieren hacer algo por el mundo tienen que cambiar las reglas de juego, no especular, hurtando al resto de hacer lo propio porque tienen el monopolio, y no decir que reparten (lo que está de por ver, o es una escusa tributaria) una parte de su exclusivo pastel.
El término “amoral” contradice lo que debe ser norma de comportamiento infranqueable de la humanidad y que tenemos el inexcusable deber defender sin eufemismos, sobre todo aquellos valores que nos inculcaron en nuestra infancia y en nuestra formación, como son la moralidad y la ética, valores que se reavivaron en las postrimerías de las guerras mundiales, pues tras las crisis potenciaron los valores humanos (Declaración de los Derechos Humanos en Paris) en distintas conferencias surgiendo la ONU y sus derivadas, protección a la infancia, la cultura, la biodiversidad, contra los totalitarismos la cultura del trabajo bien hecho, sin necesidad de incentivos, simplemente porque tenemos que ser conscientes de que debemos dar lo mejor de nosotros mismos, etc.,
Conceptos que no son monopolio exclusivo de las religiones, pues todas tienen sus valores exceptuando el radicalismo, y a propósito me parece interesante la lucha en dicho sentido que viene promoviendo el mejor teólogo de la actualidad Hans Kung (del que soy gran admirador a quien la Iglesia prohibió impartir doctrina, por sus cuitas con Ratzinger), como es el “Código de una Ética Mundial” en el año 1992, donde se recojan una serie de pautas de comportamiento, no solo a los ciudadanos, sino a los dirigentes y gobernantes del mundo.
De hecho los discursos más solemnes de los líderes del siglo XX, como Kennedy, De Gaulle, Churchill, Martin Luter King etc., tenían aspectos moralizantes y ello en relación con las masacres a las que había estado sometido el género humano.
Hoy en día, los lideres mundiales se ocupan exclusivamente del poder por el poder, de las ratios de popularidad de sus medidas, de las encuestas, pero no se escucha ni se lee ni una sola referencia a la ética de esos valores que todos conocemos desde nacimiento, porque son innatos, sin necesidad de leer a Kant ni a Aristóteles, pero que están en su punto más álgido de la obsolescencia.
Finalmente, y de alguna manera relacionado con esto, estamos asistiendo, en mi opinión, a una degradación del ciudadano, que solo importa frente a estos nuevos imperios, su consumo y su voto. Nada más. Pero lo triste es que estamos asistiendo a un declive del género humano, donde nos han pisoteado recientemente y de forma totalmente desproporcionada una serie de derechos fundamentales, con total aquietamiento y apatía.
Al margen de este totalitarismo financiero (a mi juicio preocupante como versión moderna del becerro de oro del éxodo bíblico), se ha instalado en la clase política la mentira, las medias verdades, la confusión, el nepotismo, la corrupción, y solamente dejamos que estos desvíos de poder se corrijan cada cuatro años en las urnas, o por el poder Judicial en aquellos casos límite, siempre y cuando existan evidencias, pero existen otras muchísimas pautas que sin llegar a estos dos aspectos, deberían ser corregidas por los propios partidos, por los propios gobiernos y establecer un “Código de Buenas Prácticas de Conducta” en todos los ordenes con arreglo a unos cánones éticos que deberían tener una programación mundial y no la hay.
Pero también, y es lo más preocupante, se ha instalado la apatía en la ciudadanía, fruto de la comodidad, o del miedo o cobardía, porque el sistema se está cuidando de darnos un bienestar de mínimos (acceder a una mínima, vehículo, móvil, alternar, televisión de pago, futbol etc.) que no vamos a arriesgar a perder ese pequeño status de bienestar mínimo vital, lo que constituye una barrera para poner freno a los excesos de este nuevo orden mundial, que ni siquiera hemos de llamar neocapitalismo, pues en mi opinión ya murió.
Que lejos quedan aquellos tiempos de Mayo del 68, o las protestas por las injusticia en todo el mundo, como la guerra de Vietnan en los USA, los movimientos que propiciaron la caída del muro de Berlín en 1.989, las primaveras árabes, etc… aunque sea efectos simbólicos.
Para finalizar, un recuerdo y homenaje a una española, gallega, activista, Conchita Piccioto que permaneció durante casi 35 años permanentemente en la valla frente a la Casa Blanca (Wasington) en su lucha contra el desarme nuclear y otras causas, falleciendo a los 80 años, siendo respetada por al menos seis Presidentes de los USA que vio pasar delante de su tienda de campaña y a la que tuve el placer de conocer y saludar.
Era muy querida y allí estuvo día y noche acompañada por otros compañeros porque si faltaba un solo día, el Gobierno podía retirarla de allí y no lo hizo durante tantos años. Incluso cuando se rompió una pierna compañeros hicieron la guardia para que su causa no desfalleciera. El mundo necesita gente con inquietudes que luche por causas justas sin caer en la comodidad, la apatía y la desidia.
La humanidad se está anestesiando. Confío que vengan tiempos mejores.