Por Rafael Gutiérrez
Ex consejero del gobierno de Cantabria.
La próxima desigualdad que se instaurará en España en pago del precio de la apropiación del poder, en beneficio de un grupo de individuos, potenciará la desorganización social y la insolidaridad entre españoles. La convivencia es opuesta a la anomia, por ello, tergiversar o llanamente incumplir las normas que rigen las relaciones en un Estado, solo puede desembocar en el enfrentamiento o la sumisión.
La sumisión voluntaria o autoimpuesta es inexorable, cala en lo más profundo de la persona que la acoge y pasa a formar parte de su idiosincrasia. Los sumisos no son identificables a simple vista para cualquier ser humano, han asumido consignas de sus líderes ideológicos que les facilitan la supervivencia y a veces, el protagonismo en sociedad: la empatía como válvula de escape o desahogo emocional que les permite no actuar más allá, es uno de sus preferidos, la progresía como enfrentamiento a un pasado que no conocen, la modernidad identificándose con los nuevos valores que no suponen ningún esfuerzo, solo hay que expresar preocupación por ellos, son valores negativos que persiguen un rendimiento inmediato pero que, en un futuro nada valen, basta que el líder lo diga para que se cambien. Los sumisos tienen su propio credo y es altamente improbable que un día se autocritiquen, seguramente esta es la razón primigenia de su condición.
Pedro I, El Disimulado, ha logrado que millones de socialistas sientan la obligación de obedecerle, da igual lo que diga, es indiferente que se contradiga, peor aún, es anecdótico lo que haga, no le analizan, no le juzgan, no le reclaman que cumpla compromisos o promesas, le otorgan su confianza por qué sí. Sabe y está seguro que sus súbditos no le fallarán, tanto que cuando miente les dice despreciativamente que ha cambiado de opinión y sonríe.
A diferencia de la sumisión, el enfrentamiento se puede modular y rebajar hasta el nivel de conflicto. Este es habitable y pacífico siempre que nos reafirmemos en los principios éticos y utilicemos la concordia. Sí renunciamos a la confrontación y a la manifestación en defensa de lo justo, el enfrentamiento, por su propia naturaleza dinámica, puede evolucionar en sentido contrario al apaciguamiento y estallar en posiciones irreconciliables entre españoles e instituciones del Estado que derramarán penurias para los contendientes.
Hoy, en estado de preamnistia y precesiones de legalidad y dinero en favor de unos españoles contra otros, nos hallamos en el “Rubicón” del enfrentamiento, los súbditos de Pedro I le seguirán a ciegas, los que nos sentimos ciudadanos libres tratamos que no suceda. Pero vosotros los neutrales equidistantes, los relativistas absolutos (que en si mismos son un oxímoron), los individualistas. ¿Haréis como el avestruz ante el peligro?