Ha sucedido en otras épocas, pero ahora parece que es los habitual. La verdad molesta, decir opiniones y razonamientos sujetos a lo que siempre se ha llamado sentido común, supone exponerse a la crítica despiadada y casi nunca razonada.
Los movimientos emergentes, pretenden en el fondo, dirigir nuestras conciencias y formas de pensar y hasta de sentir, el algo contra la propia naturaleza del ser humano y su sello irrepetible.
Un sociedad sin pluralidad de pensamiento, es una sociedad muerta y muy fácil de hacer con ella, lo que un pequeño grupo de desalmados muy influyentes quieran.
Todo es sensible de manipular, en el fondo, se produce el mismo efecto que hace un imán en la brújula, paraliza su funcionamiento normal y nos deja sin respuesta autónoma.
Ahora, de forma inmediata por parte de los medios se etiqueta a las personas con calificativos que denigran su posición social, tales como “negacionista”, “trumpista”, “facha”; todo sirve para tratar de matar civilmente al que se resista a no pensar igual.
Casi nunca se dan argumentos, y cuando se dan, se manipulan, porque debido a los bajos conocimientos, en realidad no tienen argumentos, sino odio, rencor, envidia; todo lo peor del ser humano.
Por lo tanto, tratar de ser uno mismo, supone un serio riesgo social, lo que refleja una especie de enfermedad colectiva, que casi siempre acaba en conflictos muy graves.
En el fondo, está también la lucha de siempre del ser humano, entre la búsqueda de la verdad y la mentira.