Otro magnífico artículo de D. Fernando del Pino-Calvo Sotelo, lleno de sentido común y verdad, que por su interés reproducimos.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
5 de diciembre de 2022
Durante dos años hemos sido testigos del mayor y más exitoso experimento de control del comportamiento de la población de la Historia.
Esta masiva manipulación psicológica, que el paso del tiempo nos permite analizar con mayor sosiego, no podría haber tenido tanto éxito de no haber encontrado el campo abonado en una sociedad previamente debilitada por la Cultura del Miedo.
La Cultura del Miedo nos infunde un miedo constante a todo mientras pretende que no confiemos en nosotros mismos sino en el Poder, carcelero benevolente a quien debemos entregar nuestra libertad para que nos proteja de todo mal en el único lugar verdaderamente seguro: entre rejas.
Así, sólo podremos estar a salvo de todo peligro si cumplimos a rajatabla las normas que nos imponga el Poder en cada momento.
El ejemplo más patente de la Cultura del Miedo ha sido el experimento totalitario puesto en marcha durante el covid, esa “gran oportunidad”, en palabras de los iluminados del Foro Económico Mundial.
El miedo
El primer ingrediente de este experimento fue el pánico creado por la campaña de terror mediático, diseñada para lograr que la población aceptara unos atropellos alucinantes y se inyectara alegremente unas “vacunas” y terapias genéticas experimentales.
Esta histeria colectiva, creada adrede, permitió escenarios dictatoriales, como abusos policiales, toques de queda y confinamientos, mientras aparecía la penosa figura del colaboracionista que denunciaba a sus vecinos, típica de regímenes totalitarios.
Causa estupefacción la hipocresía de políticos y medios occidentales, que habiendo defendido el encierro de sus ciudadanos y la persecución como delincuentes de quienes osaban desobedecer, aparentan escandalizarse ante los confinamientos en China y aplauden a los manifestantes que se atreven a protestar contra la tiranía.
La mentira
El segundo ingrediente fue la mentira, pues la clave de la campaña de terror fue la ocultación de un dato esencial: desde mediados del 2020 se sabía que el covid sólo era una enfermedad potencialmente grave para la población de riesgo, una minoría definida por edad y cuatro comorbilidades: obesidad, diabetes, hipertensión y cardiopatías.
Para el resto, el covid era una enfermedad estadísticamente leve, como señalaron numerosos estudios epidemiológicos internacionales[1], España incluida[2]. Estudios más recientes[3] han cuantificado la letalidad (IFR) del covid en el 0,03% para menores de 60, siendo asintótica con el cero para personas sanas menores de 30.
La campaña de terror no fue espontánea sino deliberada, incluso planificada desde el poder: documentos del gobierno británico revelan que, preocupado porque “un número sustancial de personas no tenía una suficiente sensación de peligro”, propuso que “su nivel de percepción de peligro fuera aumentado con mensajes emocionales impactantes a través de los medios”[4].
Así, durante dos largos años, los obedientes medios de comunicación publicaron diariamente, en un bombardeo de terror sistemático parecido al utilizado para la tortura psicológica de prisioneros, los relatos y las imágenes más aterradoras posibles, personas intubadas y cuerpos tapados con una sábana.
Con el objeto de que nadie se sintiera a salvo, las historias de terror alternaron metódicamente casos de distintas edades y enfatizaron el contagio de asintomáticos, muy inhabitual (como se sabía desde el 2020[5]) y el contagio por superficies, enormemente improbable (como se sabía desde el 2020[6]).
Los medios de comunicación nos hicieron creer que estábamos ante un asesino invisible con súper poderes. No era verdad, y cuando los yonquis del poder les ordenaron parar, lo hicieron, y de la noche a la mañana no volvieron a hablar del covid.
Medidas despóticas y arbitrarias
Las medidas liberticidas e irracionales se sucedieron una tras otra. Los ilegales confinamientos (¡de personas sanas!), criticados por los mejores epidemiólogos del mundo[7], fueron un completo desastre que arruinaron mental[8] y económicamente a decenas de miles de personas sin beneficio alguno, llegando a la barbarie de condenar a nuestros mayores a morir solos.
Tras decir que las mascarillas eran inútiles, nos las impusieron sádicamente hasta en el campo y en la playa, algo tan ridículo que da vergüenza recordarlo. La evidencia científica sobre su utilidad epidemiológica frente a un virus brillaba por su ausencia y, consecuentemente, no impidieron que se sucedieran ola tras ola de contagios[9], pero daba igual. Lo que sí lograron las malditas mascarillas fue trasladar una permanente sensación de peligro que convertía al otro en una amenaza.
El uso de mascarillas de tela, compradas en tiendas de ropa por su estampado y no por su capacidad de filtro, indicaba que estábamos ante una completa farsa, pero la sugestión colectiva era tan fuerte que la gente sencillamente no pensaba.
Esta foto del último Congreso del Partido Comunista Chino muestra la naturaleza política de ese símbolo de sumisión que es la mascarilla:
Los que mandan pueden estar sin ellas; los mandados, no.
El infame pasaporte covid
Quizá el mayor abuso del derecho y de la razón fue la imposición del pasaporte covid, pues las vacunas y terapias genéticas nunca previnieron el contagio ni la transmisión de la enfermedad, como hace pocas semanas reconoció el propio Pfizer ante el Parlamento Europeo.
Así, el argumento de la “inmunidad de rebaño” (¿recuerdan?) fue otra mentira deliberada para lograr la vacunación universal, pues las vacunas nunca fueron esterilizantes y, por lo tanto, jamás pudieron haber frenado la transmisión.
Sin embargo, a sabiendas de la falsedad del argumento y con el único fin de promover torticeramente la vacunación, el contubernio político-mediático-farmacéutico, apuntalado en España por una bochornosa sentencia del Tribunal Supremo[10], logró imponer el pasaporte covid en algunas regiones haciendo creer que los vacunados estaban protegidos y desatando una caza de brujas contra los no vacunados, acusándoles falsamente de propiciar la continuación de la epidemia.
Como nos recuerda Hannah Arendt en Los Orígenes del Totalitarismo, “han existido hombres capaces de resistir a los más poderosos monarcas y de negarse a someterse ante ellos, pero ha habido pocos que resistieran a la multitud, que, encontrándose solos ante las masas manipuladas, se atrevieran a decir no cuando se le exigía un sí”. Esto fue exactamente lo que hicieron quienes decidieron no vacunarse.
En realidad, el pasaporte covid jamás tuvo nada que ver con la Medicina sino con la creación de un precedente de Identidad Digital, idea distópica que desde hace años acaricia el Foro Económico Mundial[11] con el objetivo de crear un instrumento de crédito social para el control de la población.
Así, a los ciudadanos que no obedezcan se les dificultará llevar una vida normal (cajeros, supermercados, restaurantes, viajes, etc.).